Señor Director:
Durante la investigación que hice para el reportaje “La felicidad, ¿camino al desarrollo?” —que esta semana emitió Informe Especial (TVN)— hubo una frase que me marcó profundamente: lo que mides es lo que haces. El autor es el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien —en el 2008 y por encargo del Presidente Nicolas Sarkozy— explicó así el origen del malestar de los franceses en esos años: el mundo llevaba cinco décadas midiendo el desarrollo de los países exclusivamente por el crecimiento de su PIB y, por lo tanto, toda la inversión pública se decidía en cuanto se alineara con ese único objetivo, dejando de lado, por ejemplo, inversiones que pudieran alimentar la satisfacción subjetiva, o felicidad, de las personas. El concepto me pareció interesante y válido para otros campos más allá de la economía; por ejemplo, el periodismo, las comunicaciones o los medios.
Desde principios de los 90 los canales de televisión en Chile miden sus resultados en términos de rating, que se establece gracias al people meter, que lo que hace simplemente es contar la cantidad de televisores encendidos y los canales sintonizados. En consecuencia, los canales llevan 20 años invirtiendo en programas que logren encender televisores o atraer a la audiencia. Encender televisores o cambiarse de canal, sólo eso. No se mide ni por qué las personas los encienden o se cambian, ni qué les gusta o qué no, ni qué les pasa cuando se exponen a esos programas o informaciones.
¿Qué ocurriría si los programadores o los directorios de los canales comenzaran a medir su desempeño en otros términos? Impacto en la audiencia, por ejemplo, o generación de debate en la opinión pública o cambios en las actitudes y visión del mundo de los telespectadores. O, si nada de eso les importara, por último, resultados en términos de fortalecimiento de la marca.
Lamentablemente, como nada de eso se mide, no tenemos la menor idea de los efectos que provocan en los chilenos los contenidos que emitimos y nos estamos perdiendo de una maravillosa oportunidad: que el buen negocio que la televisión es para sus dueños, sea además un servicio que aporte valor a las audiencias.
Para terminar con un ejemplo concreto: el reportaje sobre la captura de Paul Schaefer que realicé para el programa Contacto, y que Canal 13 emitió en marzo del 2005, tuvo un modesto desempeño de rating, apenas 25 puntos en años en que los buenos promedios solían elevarse a 40 puntos. Sin embargo, nadie puede poner en duda el impacto que generó en la opinión pública y, además, en el valor de marca para el programa.
Carola Fuentes
Periodista
(Carta publicada en el Diario El Mercurio el Domingo 16 de Diciembre de 2012)
Twittear
Durante la investigación que hice para el reportaje “La felicidad, ¿camino al desarrollo?” —que esta semana emitió Informe Especial (TVN)— hubo una frase que me marcó profundamente: lo que mides es lo que haces. El autor es el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien —en el 2008 y por encargo del Presidente Nicolas Sarkozy— explicó así el origen del malestar de los franceses en esos años: el mundo llevaba cinco décadas midiendo el desarrollo de los países exclusivamente por el crecimiento de su PIB y, por lo tanto, toda la inversión pública se decidía en cuanto se alineara con ese único objetivo, dejando de lado, por ejemplo, inversiones que pudieran alimentar la satisfacción subjetiva, o felicidad, de las personas. El concepto me pareció interesante y válido para otros campos más allá de la economía; por ejemplo, el periodismo, las comunicaciones o los medios.
Desde principios de los 90 los canales de televisión en Chile miden sus resultados en términos de rating, que se establece gracias al people meter, que lo que hace simplemente es contar la cantidad de televisores encendidos y los canales sintonizados. En consecuencia, los canales llevan 20 años invirtiendo en programas que logren encender televisores o atraer a la audiencia. Encender televisores o cambiarse de canal, sólo eso. No se mide ni por qué las personas los encienden o se cambian, ni qué les gusta o qué no, ni qué les pasa cuando se exponen a esos programas o informaciones.
¿Qué ocurriría si los programadores o los directorios de los canales comenzaran a medir su desempeño en otros términos? Impacto en la audiencia, por ejemplo, o generación de debate en la opinión pública o cambios en las actitudes y visión del mundo de los telespectadores. O, si nada de eso les importara, por último, resultados en términos de fortalecimiento de la marca.
Lamentablemente, como nada de eso se mide, no tenemos la menor idea de los efectos que provocan en los chilenos los contenidos que emitimos y nos estamos perdiendo de una maravillosa oportunidad: que el buen negocio que la televisión es para sus dueños, sea además un servicio que aporte valor a las audiencias.
Para terminar con un ejemplo concreto: el reportaje sobre la captura de Paul Schaefer que realicé para el programa Contacto, y que Canal 13 emitió en marzo del 2005, tuvo un modesto desempeño de rating, apenas 25 puntos en años en que los buenos promedios solían elevarse a 40 puntos. Sin embargo, nadie puede poner en duda el impacto que generó en la opinión pública y, además, en el valor de marca para el programa.
Carola Fuentes
Periodista
(Carta publicada en el Diario El Mercurio el Domingo 16 de Diciembre de 2012)
